sábado, 15 de noviembre de 2008

Crónica de una Canción




Vi el reloj, eran las 9:45 de la noche, esperaba a que pasara el sistema de transporte colectivo metropolitano (“el metro”) para dirigirnos a tu casa, ya que de la mía, ese día por haberme peleado con mi mamá, me corrió. Recuerdo que también tú estabas molesto por no haberle hablado “bien” y seguir peleando. Como siempre a esa hora un millón de gente y mas ese día porque era viernes.

Llevaba mi falda negra con una blusa rosa, “coquetona” según tus palabras, zapatos de tacón de igual color. Seguían pasando los minutos y los trenes llenos de gente, todos con la misma cara y un letrero gigante en la frente pegado que decía: “quiero llegar a mi casa”.

Por fin pudimos subir a uno, algo apretados, íbamos con un amigo, ya que tomamos la ruta larga porque del otro lado no más no hubiéramos pasado de allí en tres días, nuestro acompañante se bajó y siguió su camino, nos quedamos observando como caminaba alejándose de nosotros. Aún seguías molesto y estabas escuchando música para olvidar el hartazgo de la semana. Como si la música te perdiera en un mundo en el que solo tú puedes estar y controlar.

Llegamos a nuestro destino, yo no aguantaba los pies, hacía frío, caminamos a la salida del metro para tomar un camión que nos deja a una cuadra de tu casa, encendías un cigarro, tenías cara de preocupación porque era tarde y no sabías si todavía había transporte a esa hora, no querías caminar por esos rumbos porque yo estaba contigo y temías que algo me pasara, caminaste hacia donde estaba el encargado de las “combis” para investigar si todavía pasaría una mas, el te respondió alzando los hombros y tu cara a punto de pegarle solo se relajó con la sonrisa que te brinde en forma de tranquilizante.

Esperamos más tiempo, prendiste otro cigarro, todavía había gente igual que nosotros esperando a que pasara la última del día.

Por fin llegó, me subí primero y me diste tu mochila, ibas enfrente de mí, agarrando mi mano con tanta fuerza que parecía que me la ibas a arrancar para quedarte con ella entre tus brazos, tocando tu pecho.

Caía de sueño, pero siempre me ha dado risa la gente que se duerme en el transporte, un día dije que nunca lo iba a hacer, y hasta este momento lo he cumplido, me puse los audífonos para encerrarme en mi mundo, al igual que tu en el tuyo. El camino se me hacia eterno, como nunca antes, solo quería comer algo y dormir.

Pagaste y nos bajamos, apenas podía caminar, me agarraste de la mano para cruzar la calle, temiendo que solo fuera un fantasma y desapareciera con la facilidad en la que aparecí, caminamos la cuadra y el portón negro de tu casa se me iba haciendo cada vez más lejano, por mas pasos que caminaba.

Abriste la puerta de tu casa y nos estaba esperando tu prima, algo preocupada por la hora ya que iban a dar las 11, o eso es lo que logré observar en el reloj de la sala. Preguntaste que si había algo de comer y ella respondió enseñándote un plato con carne, dándote a entender que era todo lo que había. Te sentaste en el comedor de la cocina mientras te preparaba tu carne; “con mucha “MAGGI”” gritaste, a lo que solo contesté “ya se como preparártela”.
Terminaste de cenar y tu prima se despidió de nosotros, pues se tenía que parar temprano al siguiente día. Nos quedamos platicando un rato mas, sentados, parecía que ya se te había pasado el coraje conmigo, aun que todavía no me hablabas del todo bien.

Te saliste de la cocina, ofreciéndome tu mano para seguirte, subimos las escaleras y tu perra iba atrás de nosotros, pensando en que esta noche también te iba a acompañar a dormir, al cerrarle la puerta en su cara, pensó que había sido un error puesto que se puso a roer la puerta y a aullar. Saliste a callarla y la mandaste a la sala.

Ya en el cuarto encendiste la luz y te volteaste para que me pusiera tu camisa como pijama, me abriste la cama y encendiste el estereo, recuerdo que era uno de esos discos que haces en tus horas de insomnio con tu música favorita. Mientras prendías otro cigarro y te quitabas la ropa llena de cansancio y hastío.

Me acosté dándote la espalda, me tenías entre tus brazos, acariciando mi cabello y cantándome esa canción que tanto nos gusta.

Al acabarse la canción abrí los ojos y estaba esperando el metro para ir a mi casa a rogar para que me dejaran entrar.

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